Dice Holden Caulfield sobre los libros:

“Los que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”.

Esta página nace porque hay artistas cuyos mundos cambian el tuyo. Porque una vez que los conoces ya no puedes prescindir de ellos. Porque los consideras amigos tuyos aunque jamás llegues a tratarlos en persona. Porque nunca hablarás con ellos pero ellos se comunican constantemente contigo. Porque ya forman parte de ti.

lunes, 25 de agosto de 2008

UN SEGUNDO_RAY LORIGA

Relato publicado en la REVISTA MAN en el mes de julio de 2008



Relatos anteriores


EL FINAL, POR AHORA (I)
PODRÍA MORIR DE FRÍO (II)
DENTRO DEL BOSQUE (III)
CAPERUCITA LOCA (IV)
FUE UNA NOCHE MUY EXTRAÑA (V)
NADA MALO (VI)
UNA VIDA DIFERENTE (VII)
ZIG ZAG (VIII)







UN SEGUNDO
A veces, a la policía le cuesta horas de trabajo, y no poca imaginación, reconstruir algo que ha sucedido en un segundo y que, como otras muchas cosas, podría perfectamente no haber sucedido nunca. No todo encaja y él lo sabía. Muchas cosas sólo suceden, sin responsabilidad ninguna para con el orden, o el sentido. Los ladrones de cerdos habían muerto sin saber por qué, como habían muerto esas pobres chicas despedazadas y cuidadosamente guardadas en el frigorífico, como podía morir él, si no hacía algo por impedirlo.

Volvió a sentir náuseas. Ésta había sido la peor mañana de su vida. Le habían golpeado, le habían robado, se había enamorado de una mujer a la que no conocía, había visto cuerpos descuartizados en una nevera, no tenía más remedio que cuidar de una niña que aún no sabía que era huérfana y se disponía a tomar café con un asesino. Además había perdido su coche, y él no era más que un conductor, y sin su coche ya no era nada. A veces, en un segundo, se pierde pie y todo se tuerce. Recordó haberse sentido muy bien cuando recogió a la mujer, en la ciudad, hace ya un día. Su trabajo era conducir a gente, de un lugar a otro, sin hacer preguntas, ni pensar demasiado. A gente que por lo general no le interesaba demasiado. Hombres de negocios, turistas, ancianas millonarias. Había estado conduciendo a los demás toda su vida, sin importarle mucho a dónde fueran. Tal vez por eso se había enamorado de ella nada más verla. Estaba harto de llevar a cualquiera a cualquier sitio. O tal vez simplemente estaba deslumbrado por su belleza, porque era una mujer que un hombre como él jamás habría conocido en otras circunstancias.

No era la primera vez que llevaba a una mujer hermosa en su coche, claro está, pero sí era la primera vez que ella le prestaba un poco de atención y además, no todas la mujeres hermosas son iguales, y él se había enamorado de ésta y no de otra, aunque sabía y lo sabía porque le dolía, que no tenía la más mínima oportunidad con una mujer así.

Y sin embargo, soñaba, porque todo el mundo tiene derecho a imaginarse una vida mejor que la suya, una mujer preciosa entre los brazos, un nombre distinto. Pero el tiempo de los sueños se había terminado. La carretera en la que estaba atrapado no era la carretera que querría haber tomado. La vida distinta, con la que soñaba, no era ésta. Se sintió culpable de un modo impreciso, como se siente culpable un hombre en mitad de sus propias pesadillas. Si existe algún tipo de responsabilidad sobre nuestros sueños, también entre nuestras pesadillas, no se es nunca del todo inocente. Soñar no es gratis.

Bajó de la furgoneta y esperó a que bajara el asesino. Al otro lado del cristal, en la cafetería, la niña levantó la mano para saludarle, pero él no respondió al saludo. La mujer, junto a la niña, intuyó que algo iba mal. El hombre se demoró cogiendo algo de la trasera de la furgoneta. Cuando por fin salió, llevaba un periódico doblado bajo el brazo con algo dentro. Al cruzar la puerta de la cafetería pudo ver la punta de un cuchillo de cocina grande mal escondido entre las páginas del diario.

Caminaron juntos hasta la barra. El asesino apenas miró a la mujer y a la niña y él las ignoró por completo. La niña trató de levantarse pero la mujer la sujetó por la muñeca.
El camarero no fue tan listo.

¿Otra cerveza?

Gracias, dijo él.

Yo tomaré un café, dijo el asesino, depositando suavemente el periódico con el cuchillo dentro, sobre la barra.

Así que ha estado aquí antes, tal vez por eso quería pasar de largo.

Sí, he estado aquí antes. Tuve un accidente y llevo toda la mañana tratando de salir de aquí.

Yo también quisiera estar ya muy lejos, respondió el asesino.

El camarero sirvió la cerveza y se giró hacia la máquina de café, dándoles la espalda.

¿No tendrá usted un arma?, preguntó él.

El camarero se giró de nuevo.

Tengo una escopeta de dos cañones bajo la barra, respondió. ¿Por qué lo pregunta?

Porque este hombre sólo tiene un cuchillo de cocina, dijo él, dando dos pasos hacia atrás. El asesino abrió el periódico y cogió el cuchillo.

La mujer se levantó, y tomó la mano de la niña. Estaban muy cerca de la puerta, pero no les dio tiempo a llegar. El asesino corrió hacia ellas con el cuchillo en la mano. A pesar de ser un hombre grueso, era rápido como un demonio. Para cuando el camarero sacó su escopeta, el asesino ya sujetaba a la cría por el cuello mientras acercaba el filo del cuchillo a su ojo derecho.

Ahora tendremos que pensarnos esto con calma, dijo el asesino, para empezar deje usted esa escopeta sobre el mostrador, si no le importa.

El camarero sujetó la escopeta a la altura del pecho, apuntando al asesino y a la niña, sin saber qué hacer.