Dice Holden Caulfield sobre los libros:

“Los que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”.

Esta página nace porque hay artistas cuyos mundos cambian el tuyo. Porque una vez que los conoces ya no puedes prescindir de ellos. Porque los consideras amigos tuyos aunque jamás llegues a tratarlos en persona. Porque nunca hablarás con ellos pero ellos se comunican constantemente contigo. Porque ya forman parte de ti.

lunes, 7 de abril de 2008

DENTRO DEL BOSQUE_RAY LORIGA




Publicado en la Revista Man el 16 de enero de 2008


Relatos anteriores:


EL FINAL, POR AHORA (I)
PODRÍA MORIR DE FRÍO (II)



DENTRO DEL BOSQUE (III)


Al verla salir del coche, sin darse ni cuenta dio un paso atrás, y luego otro escondiéndose cada vez más dentro del bosque. La niña le seguía.

Andando también hacia atrás, poniendo, divertida, sus pasos sobre las huellas que él dejaba. Como si todo esto, el accidente, el hombre tumbado sobre la nieve, la mujer dormida en el coche y ahora despierta junto a la carretera, no fuera más que un juego.

Desde donde estaban aún podían ver la carretera, el coche entre la nieve, y a la mujer que merodeaba alrededor del coche mirando en todas direcciones.

Es muy guapa, dijo la niña... y lleva un abrigo muy caro. Parece que no sabe dónde ir... Tal vez le esté buscando.

Él se ocultó detrás de un árbol.

La niña esta vez no se movió pues no quería perder de vista a la mujer.

Sonó el móvil, y él se llevó de inmediato la mano al pecho para ahogar el sonido del teléfono. Mantuvo la mano así, sobre el corazón, hasta que el teléfono, guardado en el bolsillo interior de su chaqueta, dejó de sonar.

¿Por qué no ha contestado?, dijo la niña. Era ella... y se ha enfadado...

Se asomó un poco para verla. Más que enfadada parecía triste pero desde esa distancia le era imposible precisarlo.

La vio apoyarse en el coche y guardar el teléfono en el bolsillo de su abrigo de piel.

Era desde luego una mujer muy hermosa y la distancia no tenía nada que ver en eso. La recordaba perfectamente. Recordaba también su manera de sonreír, que le pareció franca en un principio pero que después le llenó de desconfianza. Una sonrisa dulce que parecía capaz de repetirse en cualquier circunstancia para defenderse de cualquier daño. Una sonrisa que no era un puente, sino un seto exquisitamente cuidado, alrededor de un precioso jardín.

No llama a nadie más, dijo la niña. A lo mejor no conoce a nadie, a lo mejor es extranjera, a lo mejor sólo tiene su número porque usted es su chófer, al fin y al cabo. A lo mejor no sabe conducir y por eso lo necesita, porque si no podría irse en el coche ella solita, y tan contenta. El coche no parece roto. ¿No está roto, verdad?

No, no creo, contesto él.

A lo mejor hay algo más, algo de amor...

¿Por qué tendría que haberlo?

No lo sé, dijo ella, pero me gustaría que lo hubiera... No me importa perderme el colegio por una historia de amor, pero si no es más que un accidente... sería todo más aburrido. A mi hermano le gustan las péliculas de violencia, pero a mí me gustan más de amor. Es normal ¿No? Siendo una niña y eso...

¿Dijiste que había un bar por aquí?, preguntó él.

Es más bien una cafetería, junto a la gasolinera. Pero tienen bebidas. Mi padre bebe mucho ahí.

Se giró por fin, dándole la espalda a la mujer, pero la mujer no pudo verlo. Después empezó a caminar. No supo porqué lo hacía. ¿Por qué alejarse de ella si la quería?

¿Por qué abandonar su coche en la cuneta?

¿Por qué cargar con esta niña tan rara?

¿Por qué no vamos por ella?, dijo la niña. A lo mejor quiere desayunar.

Él no contestó, siguió caminando sobre la nieve, y la niña otra vez se fue tras él. Colocando con cuidado sus zapatitos dentro de cada una de sus huellas.

No era un bosque muy grande, pero se hacía cada vez más denso. Los árboles cada vez más juntos, la nieve cada vez más oscura, pues el sol apenas cruzaba las espesas ramas de los abetos. Se sintió de pronto muy cansado, miró hacia atrás y la niña le sonrió. Pensó que había algo extraño en esa sonrisa, pero enseguida otras preocupaciones le distrajeron. Pensó en la mujer abandonada en la carretera y en cuánto le gustaría pasear con ella de la mano, por este bosque o por cualquier otro sitio. Pensó en si debía pedir un whisky una vez llegara a la dichosa gasolinera, pero le dio vergüenza hacerlo delante de la niña. Seguramente con una cerveza sería suficiente para entonarse un poco y alejar el miedo. Tenía miedo de muchas cosas, pero sobre todo tenía miedo de no volver a verla. Si era su chófer, ¿por qué la había besado? Recordó claramente ese beso y se guardó la certeza de no haberlo imaginado, como quien se guarda la llave de una casa que no es la suya pero a la que podría volver si quisiera.

Y así caminaba viendo ya el final del bosque y pensando en sus cosas cuando se topó de bruces con un hombre grande vestido con un abrigo largo, que llevaba un gorro de lana calado hasta las cejas y una estaca de madera en la mano.

Escuchó a la niña decir: no le hagas daño.

Antes de recibir el primer golpe.

No sintió dolor alguno, pero al llevarse la mano a la frente notó claramente la humedad de la sangre.

El segundo golpe le dio en la mejilla y quemó su piel como si le hubieran golpeado con un atizador de chimenea incandescente.

El tercer golpe lo recibió en la nuca.

Cayó al suelo.

Pensó un segundo si él último golpe se lo habría dado la niña, pero no le pareció que tuviera altura ni fuerza suficientes, y además a la niña le gustaban las historias de amor...

Para cuando le patearon el estomago ya había perdido el sentido.


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