Dice Holden Caulfield sobre los libros:

“Los que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”.

Esta página nace porque hay artistas cuyos mundos cambian el tuyo. Porque una vez que los conoces ya no puedes prescindir de ellos. Porque los consideras amigos tuyos aunque jamás llegues a tratarlos en persona. Porque nunca hablarás con ellos pero ellos se comunican constantemente contigo. Porque ya forman parte de ti.

lunes, 2 de junio de 2008

UNA VIDA DIFERENTE_RAY LORIGA


Publicado en la REVISTA MAN en abril de 2008.


Relatos anteriores:


EL FINAL, POR AHORA (I)

PODRÍA MORIR DE FRÍO (II)

DENTRO DEL BOSQUE(III)

CAPERUCITA LOCA (IV)

FUE UNA NOCHE MUY EXTRAÑA (V)

NADA MALO (VI)






UNA VIDA DIFERENTE (VII)



No tuvo que llamar a la puerta porque la encontró entreabierta. Todo el mundo sabe que no se debe entrar en las casas extrañas cuando la puerta está entreabierta, él también lo sabía, pero necesitaba recuperar su reloj. Hubiese entrado descalzo en el infierno para recuperar el reloj de oro de su padre. No tenía mucho más en esta vida. La Cabaña estaba vacía, lo supo nada más entrar, porque era tan pequeña que no había donde esconderse. Parecía más un refugio de montaña que una casa. Trató de imaginar qué clase de vida tendría la pobre niña, compartiendo aquella habitación con esos dos brutos. Había tres camas viejas, un sofá, frente a un televisor encendido, con el volumen quitado. Al fondo una cocina, la pila llena de platos sucios, y una nevera abierta, y un charco de sangre bajo la nevera. Tendría que haberse marchado al ver la sangre, pero no lo hizo. Se acercó a la nevera. Estaba llena de paquetes hechos con papel de periódico, ensangrentados. En la rejilla superior había dos paquetes grandes, redondos, que podrían haber sido dos hermosas sandías pero que seguramente no lo eran. Buscó con calma entre los paquetes, tanteándolos con los dedos, como un niño que busca bajo el árbol su regalo de reyes. Abrió uno, y se encontró con el brazo de un hombre cortado a la altura del codo, desgraciadamente era el brazo derecho. Abrió un par más hasta dar con lo que buscaba. El brazo izquierdo de un hombre mayor con su reloj de oro en la muñeca. Cogió su reloj, le limpió la sangre lo mejor que pudo con su abrigo, y volvió a dejar el brazo en la nevera.

Si hubiese sido más listo no habría hecho nada de esto y lo sabía, pero sabía también que si hubiese sido más listo toda su vida hubiese sido muy distinta, y ya era demasiado tarde para cambiar las cosas. A veces un hombre tiene que empezar a caminar por su vida sin pensar en lo que podría haber sido. Si algo tiene mal remedio, es la propia naturaleza. Salió de la cabaña y se encendió un cigarrillo. No estaba muy seguro de lo que debía hacer a continuación.

No le gustaba nada tomar decisiones, por eso se había hecho conductor. Era un trabajo sencillo. Recoger gente, llevarla a donde quiere ir, recibir órdenes y no hacer preguntas. Era una vida tranquila, hasta ahora. No le importaba lo que pudiese pasarle a ninguno de sus clientes una vez que abandonaban el coche, o un segundo antes de subirse en él. Tampoco era asunto suyo lo que dijesen o hiciesen dentro. No prestaba atención a sus conversaciones, a sus enfados, a sus lágrimas. Nada era asunto suyo. Sólo la carretera.

Había quebrantado sus propias reglas la noche anterior al entrar en aquella fiesta para rescatar a una mujer hermosa en peligro y todo había sido un desastre desde entonces. Si alguna vez salía de ésta, no volvería a hacerlo. Si conseguía recuperar su coche ya nunca saldría de él. Se hizo a sí mismo esta solemne promesa. Se sintió más tranquilo por un instante, pero sabía que esa decisión en nada arreglaba sus problemas inmediatos.

Descartó ir a la policía, no tenía ganas de pasarse el día dando explicaciones, y temía que acabaría siendo sospechoso de algo. Pensó en recuperar su coche y largarse de allí y no volver a pensar nunca en ello. Era lo más sensato y sin embargo no le gustaba la idea de que la niña volviese a su casa y se encontrase con su padre y su hermano descuartizados dentro de la nevera. Además estaba la mujer. Era su cliente y aún no la había llevado a su destino. Sabía que esto último no era más que una excusa. En realidad no soportaba la idea de no volver a verla. También un hombre como él tenía derecho a enamorarse.

Decidió por lo pronto alejarse de la cabaña y regresar a la carretera. Estaba harto de bosques encantados, la carretera era su lugar natural y no tendría que haberla abandonado nunca.

El sol había fundido ya casi toda la nieve. Empezaba a tener calor. Se sonrojó al pensar que se había reconocido a sí mismo enamorado de aquella mujer preciosa a la que no conocía de nada. Se sintió estúpido y extrañamente alegre al mismo tiempo.

Dos coches de policía le sacaron por un segundo de sus peregrinas preocupaciones románticas. Iban en sentido contrario a su camino, en dirección a la gasolinera.

Siguió andando y al pasar una curva, vio por fin su coche a lo lejos. Junto al coche había dos motos de la guardia civil y dos agentes inspeccionaban el interior del vehículo. Le molestó enormemente ver a dos desconocidos dentro de su coche. Dio media vuelta, sin saber muy bien qué hacer.

Dio cinco pasos y se detuvo. A menudo un hombre que no sabe a dónde va no tiene prisa. Y en cualquier caso ya había caminado demasiado esa mañana. Encendió otro cigarrillo y trató de no pensar en nada. Cerró los ojos, nada de lo que le había sucedido era culpa suya, todo había pasado por accidente, sin que nadie contase con él. No tenía por qué sentirse responsable de nada y sin embargo estaba nervioso. No como alguien que ha cometido un crimen, sino como alguien que sabe que los demás no saben que no lo ha cometido. No abrió los ojos hasta que escuchó el motor de un coche deteniéndose a su lado.

Era una vieja furgoneta, conducida por un hombre grande y grueso.

¿Le llevo a alguna parte? preguntó el hombre.

Sin saber por qué contestó que sí y subió al coche. Estaba harto de andar. Al entrar vio una gran pila de periódicos viejos en la trasera de la furgoneta...


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