Dice Holden Caulfield sobre los libros:

“Los que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”.

Esta página nace porque hay artistas cuyos mundos cambian el tuyo. Porque una vez que los conoces ya no puedes prescindir de ellos. Porque los consideras amigos tuyos aunque jamás llegues a tratarlos en persona. Porque nunca hablarás con ellos pero ellos se comunican constantemente contigo. Porque ya forman parte de ti.

lunes, 7 de abril de 2008

CAPERUCITA LOCA_RAY LORIGA

Publicado en la Revista Man el 31 de enero de 2008


Relatos anteriores:

EL FINAL, POR AHORA (I)
PODRÍA MORIR DE FRÍO (II)
DENTRO DEL BOSQUE (III)


CAPERUCITA LOCA (IV)

Por segunda vez en la misma mañana, se despertó tumbado sobre la nieve. El frío en la cara y la humedad le resultaron familiares. Las desgracias repetidas producen a menudo ese efecto. Abrió los ojos y vio a la niña, sentada con las piernecitas juntas sobre una gruesa rama.

¿Todavía quiere una cerveza?, dijo la niña.

Le dolía demasiado la cabeza para contestar, pero lo cierto es que le apetecía una cerveza, le apetecía tanto que hubiese sido capaz de matar a un ángel por una cerveza bien fría. Se incorporó despacio y se palpó la ropa. Ni gafas, ni cartera, ni teléfono. Su reloj de oro tampoco estaba ya en su muñeca. Era un regalo de su padre y lo echaría de menos.

Podrían haberle pegado más, son muy brutos, pero les pedí que no le hicieran mucho daño... dijo la niña. Gracias, dijo él. De nada, contestó la niña, moviendo los piececitos para sacudirse la nieve de las botas.

Me cae usted muy bien. Siento que mi padre y mi hermano le hayan robado. A veces roban a la gente que se pierde en el bosque. Yo les ayudo y también intento que no maten a nadie, porque son un poco brutos. La gasolinera no está lejos, si todavía quiere una cerveza...

No tengo dinero...

Yo sí, me han dado mi parte. No me importa invitarle. Al fin y al cabo, hasta hace nada era su dinero...

¿Qué clase de caperucita loca eres tu?

No se enfade, dijo la niña. Son mi padre y mi hermano... ¿Que quiere que haga? Y además prefiero que peguen a otro, porque cuando no encuentran a nadie a quien pegar, me pegan a mí.

Lo entiendo..., dijo él, peinándose el pelo hacia atrás con las manos, tratando de recobrar la compostura.

Luego se levantó. La niña también se puso en pie y le sonrió.

¿Ve? No le han pegado muy fuerte. Venga conmigo, le invito a lo que quiera.

La niña se puso a andar y él la siguió. No tenía nada mejor que hacer y quería salir de ese bosque de una vez por todas.

Cuando llegaron a la gasolinera, su dolor de cabeza comenzó a disiparse, le dolían aún las costillas, pero no le pareció que tuviera nada roto. Tenía razón la niña, podría haber sido peor.

Entraron en el pequeño bar, a pocos pasos de los surtidores donde sólo había un camión enorme que cargaba con lo que parecía una hélice gigante.

Es para los molinos de viento, dijo la niña. Están poniendo muchos en el monte. Son muy bonitos.

Al entrar en el bar, la niña se fue derecha a la máquina de cigarrillos. ¿Qué marca fuma usted? Preguntó mientras echaba las monedas.

Camel, respondió él.

Como mi padre...

La niña le dio el paquete.

Raúl, dale fuego a este señor y una cerveza bien fría. Y para mí un colacao muy caliente.

La niña se sentó en una mesa junto a la ventana. Él camarero le encendió el cigarrillo y le regaló el mechero. Así son las cosas a veces, primero te roban y luego te invitan. Nada que objetar en cualquier caso.

Cogió el mechero y fue sentarse frente a la niña. Me cae usted muy bien, dijo la niña, no me extraña que ella le quiera tanto.

Él no supo que contestar.

Llegaron la cerveza y el colacao. Él bebió un trago muy largo directamente de la botella. La niña empezó a disolver el sobrecito de chocolate con muchísima paciencia.

Cuando sea mayor, dijo la niña, dándole vueltas y vueltas a su cucharita, encontraré a alguien que me quiera mucho. Y a ese no le robarán en el bosque. Le cuidaré tanto que no tendrá más remedio que cuidarme mucho a mí y tendremos muchos muchos hijos. Cien a lo mejor.

Cien, son muchos, dijo él.

¿Tiene usted hijos?, preguntó la niña.

Dos, respondió él.

¿Y cómo son?

Mejores que yo...

En ese momento pensó en sus hijos, y en lo poco que quedaba ya para las navidades y se dio cuenta de que aún no había empezado a comprar regalos. A veces un hombre quiere de veras hacer muchas de las cosas que no hace, y eso le convierte en un hombre muy triste.

Tenía la ropa manchada de nieve sucia. Trató de limpiarse un poco con las manos. Le hubiese gustado tanto estar enamorado, sólo así se entienden algunas cosas. Sólo así se soporta casi todo, por extraño que sea. Bebió un poco más de cerveza y encendió otro cigarrillo. Al mirar por la ventana vio cómo el camión que cargaba la hélice se marchaba. También vio cómo la mujer a la que había abandonado en la carretera se acercaba. No era un hombre miedoso, pero sintió un escalofrío.

Sabía que vendría, dijo la niña, con un cómico bigote de chocolate en los labios.

Pues sabías mucho más que yo, respondió él, mientras la mujer cruzaba ya la puerta del bar.


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