Dice Holden Caulfield sobre los libros:

“Los que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”.

Esta página nace porque hay artistas cuyos mundos cambian el tuyo. Porque una vez que los conoces ya no puedes prescindir de ellos. Porque los consideras amigos tuyos aunque jamás llegues a tratarlos en persona. Porque nunca hablarás con ellos pero ellos se comunican constantemente contigo. Porque ya forman parte de ti.

lunes, 7 de abril de 2008

FUE UNA NOCHE MUY EXTRAÑA_RAY LORIGA




Publicado en la Revista Man el 25 de febrero de 2008

Relatos anteriores:

EL FINAL, POR AHORA (I)

PODRÍA MORIR DE FRÍO (II)

DENTRO DEL BOSQUE (III)


CAPERUCITA LOCA (IV)



FUE UNA NOCHE MUY EXTRAÑA (V)



Parece cansada, dijo la niña, mientras la mujer se acercaba a la barra. La cafetería de la gasolinera estaba vacía. No hay muchos conductores que madruguen para conducir entre la nieve un día de fiesta. La mujer apoyó los codos sobre el mostrador, y sujetó la cabeza entre las manos. Por un segundo su cabeza desapareció dentro de su abrigo de piel.

La niña la miraba atentamente. Nunca había visto a una mujer así, fuera de las páginas de una revista.

La mujer pidió un vaso de agua.

Dale una botella, Raúl, le dijo la niña al camarero.

La mujer se giró y miró hacia la mesa en la que estaban la niña y su tazón de chocolate y el hombre y su cerveza. El agua aquí no sabe muy bien, dijo la niña, como si quisiese excusarse por haberse entrometido.

No llevo dinero encima, dijo la mujer.

No pasa nada, dijo la niña, yo invito.

La mujer cogió su botella de agua y se acercó a la mesa.

¿Puedo sentarme?, preguntó.

Claro, respondió la niña. Y después se echó a un lado, para que la mujer preciosa pudiera sentarse junto a ella.

La mujer estaba por fin sentada junto a una niña que no conocía y enfrente del hombre que no era más que el conductor de su coche pero al que seguramente había besado.

Él, por su parte, sabía ahora que no lo había imaginado todo. Al verla tan de cerca recordaba claramente que la había tenido entre sus brazos, y recordaba también que ella temblaba.

Temblaba de miedo, dijo ella entonces, como si le hubiera leído el pensamiento.

A lo mejor era de frío, dijo la niña.

No, era de miedo, dijo él.

Gracias por sacarme de allí, añadió ella , mientras extendía la mano para alcanzar el paquete de cigarrillos.

Él sacó un cigarrillo del paquete y se lo dio. Luego encendió el mechero y la mujer se inclinó sobre la mesa para prender el cigarrillo. Él se encontró de pronto a muy poca distancia de sus labios y no pudo evitar sentirse incómodo, como alguien que vuelve a un lugar que no es el suyo, así que apartó la mirada y no supo si ella le miraba o no a los ojos, ni cómo le miraba, ni por qué.

Había sangre debajo de la nevera, dijo ella.

Y el recordó la sangre que goteaba desde el interior de la nevera entreabierta hasta encharcar el suelo de la cocina.

Lo vi, dijo él.

Y había uno de esos cuchillos eléctricos manchado de sangre, sobre la mesa, dijo ella.

Eso también lo vi, respondió él.

No sé que clase de fiesta macabra era ésa. Había docenas de rosas de plástico clavadas sobre la nieve. Y un hombre disfrazado de Papá Noel, sentado junto a un saco vacío.

La mujer cerró entonces los ojos, la niña tenía razón, parecía muy cansada.

Ni siquiera sé por qué estaba allí. Mi agente cree que es importante. Mi agente piensa que no puedes decir no a ciertas personas, a ciertas cosas, a ciertas fiestas....

La niña miró un segundo a la mujer, y después miró al hombre y luego miró por la ventana de la cafetería. Un enorme camión cargado de cerdos aparcó casi frente a la puerta, y un camionero bajó de un salto desde la cabina del camión y entró.

El camionero pidió un café en la barra y corrió hacia el baño.

Pobres cerdos, dijo la niña, imagino que no les gusta nada viajar así.

La mujer abrió los ojos.

Entré en la casa al oír sus gritos, dijo él, y de pronto se extrañó de no ser capaz de tutearla. Seguramente no lo había hecho nunca, al fin y al cabo, y por mucho que la hubiese besado, no era más que su conductor.

Yo no fui la primera en gritar, dijo ella, la otra chica empezó a gritar antes que yo.

La otra chica estaba desnuda, dijo él.

Yo también, dijo ella. Me puse el vestido poco antes de que entraras, cuando todo el mundo empezó a correr.

¿Por qué estabas desnuda?, preguntó la niña.

Estábamos los tres en una de las habitaciones, respondió ella. Esa chica, y yo, y ese tío que creo que era francés.

¿Era guapo?, preguntó la niña.

Muy guapo, dijo ella. Estábamos los tres besándonos en la cama cuando la otra chica empezó a gritar. Había alguien más en la habitación... después golpearon la puerta y oímos gritos en el jardín, y carreras por los pasillos.

¿Quién más había en la habitación?, pregunto él.

No lo sé. Estaba escondido detrás de las cortinas. Un hombre muy alto. Sólo vi sus enormes zapatillas asomando y su sombra tras las cortinas. Cuando salí al pasillo, un hombre me sujetó por el brazo y me dijo que habían cortado a más de uno en trozos muy pequeños...

¿A que se refería?, preguntó la niña.

No lo sé, respondió ella. No dijo nada más, han cortado a más de uno en trozos muy pequeños...

Todo el mundo corría. Al bajar por la escalera alguién me empujó y caí. Me raspé las mejillas contra la moqueta.

La mujer se llevó la mano a la mejilla. La niña vio que aún estaba enrojecida.

Tú me recogiste del suelo y me sacaste por la puerta de la cocina. Entonces vi la sangre debajo de la nevera. Estaba temblando de miedo.

¿Y entonces, él la besó?, preguntó la niña.

No, eso fue luego, dijo él.

La mujer sonrió por primera vez. Cuando entré en la casa, vi algo más, añadió él.

¿Qué?, preguntó la niña.

Había algo escrito en la pared, algo escrito con sangre o tinta roja.

¿Qué?, repitió la niña con la cara semiescondida dentro de su tazón de chocolate.

Nada.

¿Nada...?, preguntó la niña. Nada. Escrito en grandes letras rojas. NADA.

El camionero salió del baño. Y apenas había dado un sorbito a su café cuando al mirar hacía la puerta se dio cuenta de que su camión ya no estaba.

¡ME HAN ROBADO EL CAMIÓN! El camarero dejó por un segundo de limpiar el mostrador con un trapo empapado en ginebra barata.

La niña no pudo evitar reírse.

Mi padre está loco, dijo. No sé qué vamos a hacer con tantos cerdos...


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