Y si quieren saber de mi pasado
es preciso decir otra mentira:
les diré que llegué de un mundo raro,
que no sé del dolor,
es preciso decir otra mentira:
les diré que llegué de un mundo raro,
que no sé del dolor,
que triunfé en el amor
y que nunca he llorado.
y que nunca he llorado.
Y van dieciocho, y yo sigo sintiéndome tan pequeña como
entonces, igual de perdida, sin alcanzar la mayoría de edad en tantas cosas,
por más años que pasen desde aquel último noviembre de los años 90. Creemos que
sabemos, que aprendemos, que maduramos, pero todo es mentira. Sólo
sobrevivimos, mentimos, nos engañamos. Y seguimos fracasando, llorando,
sufriendo. Volviendo a las canciones tristes que nunca pasan de moda, que ahora
como entonces siguen siendo espejo, desahogo, consuelo, placer culpable (como
si hubiese alguno que, en el fondo, no lo sea).
Dieciocho años después vuelve a ser tiempo de adioses, de
cambios de planes, de no conseguir zafarse de esa amiga mala suerte que se
empeña en perseguirnos mientras la buena fortuna nos es esquiva, de vagar por
la acera equivocada porque ninguna es buena en la calle del olvido.
Once meses de despedidas sucesivas. Algunas aún no puedo
nombrarlas. De otras a mi pesar supe, y no sé si esas verdades fueron carga o
liberación: no era mi nombre el que inventaban los hombres con quienes yo
soñaba o a quienes deseaba tener a mi lado.
Volví a ver a A., la nostalgia y la tristeza volvieron a
coincidir y después vino la nada. Sus recuerdos eran muy distintos de los míos,
y es el presente con su dosis de realidad el que al final se impone. Su sombra
y la mía cada una en una acera. Las cosas de la vida.
Ya no creo en películas rosadas, pero hasta esa clase de no
amor me ha fallado. Los que quiero querer acaban eligiendo a otra que no soy
yo. Se me olvida una y otra vez que nunca me elegirán, que quizá nunca me
quisieron. Que mientras yo escribo sobre ellos probablemente ya me hayan
olvidado. Que no habrá ocasión de gritarles un "déjame" porque no
tienen ningún interés en volver. No, decididamente la vida no es como en las
canciones. Y, en ocasiones, resulta aún más triste que las canciones tristes.
Sé que ir de loser no es sexy, muchos amigos me
abroncan por ello, pero me da igual. Una tiene que asumir lo que es. Encajar
los golpes de la vida. Cada uno lo hace a su manera, como sabe o puede. Esta es
la mía: la literatura, las canciones, los amigos, sin distinguir si son reales
o imaginarios. Para confortarnos cuentan tanto las personas que tenemos a
nuestro lado todos los días como los personajes de ficción o aquellos a quienes
no llegamos a conocer en persona pero cuyo arte nos salva, nos describe, nos
emociona y nos hace sentir vivos.
Gracias, Enrique, por tus canciones. Que me siguen
acompañando. Que nunca fallan. Que son mi vida.
Pd.- Esta canción la escuché por primera vez en la voz de Enrique Urquijo, en la versión de su disco con Los Problemas. Después he escuchado muchas otras, incluida la de Chavela Vargas. Pero esta sigue siendo mi favorita. Esa emoción del descubrimiento, en la voz de Enrique, permanece.
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